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Un dulce caramelo

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No podía verla sin ahogar un respingo de indignación y desprecio, pero se contenía bien. La veía ahí, algo torpe, inseparable de su bastón con nudillos amarillos que parecía ya parte de su piel, arrastrando los pies mientras caminaba con pesadez: su cuerpo mancillado por el tiempo se balanceaba a cada paso. No era una tierna anciana como habría esperado Olivier, cuya vida ella había desgraciado los últimos dos años desde su llegada. Es que no tenía otra alternativa, porque no había más familia cercana que él mismo. En el patio, oscilando con lentitud en la recién reparada banca de la glorieta, pensó en cuánto la detestaba. Le resultaba imposible hallar un eficiente adjetivo descalificativo contra ella, aquella molesta anciana, y utilizar tres seguidos no parecía calmar su silenciosa e incondicional rabia mientras sujetaba una espiga de hierba escogida al azar. Vio una pequeña lagartija verde brillante que trepaba por uno de los maderos de la glorieta y quiso concentrar sus pensamient